sábado, 10 de diciembre de 2016


Hace ahora 50 años se produjo el incidente nuclear de Palomares (Almería), el accidente más grave registrado en España. En él dos aviones norteamericanos, un bombardero B-52 y aeronave nodriza que lo abastecía, colisionaron el pleno vuelo, desintegrándose y cayendo entre el mar y la costa almeriense a la altura de la playa de Palomares. Las cuatro bombas termonucleares que transportaba el primero se precipitaron. Dos de ellas rompieron originando una nube radiactiva que contaminó 226 hectáreas de tierra. Aunque Manuel Fraga y el embajador norteamericano, con su famoso baño, quisieron trasladar un mensaje de normalidad, lo cierto es que Palomares sigue siendo 50 años después la localidad más radiactiva de España y el acceso a una amplia zona continúa hoy prohibido. A sus 74 años el vecino de Lores, Manuel Besada Sanmartín, marinero entonces y testigo de excepción de los hechos, rememora 50 años más tarde aquel accidente. Él mismo recogió con sus manos del mar unos de los paracaídas del fatídico bombardero.

MANUEL BESADA, EL MEAÑÉS QUE VIVIÓ EN PRIMERA LINEA EL ACCIDENTE NUCLEAR DE PALOMARES

Manuel Besada nos relata el accidene de Palomares
Manuel Besada Sanmartín se hallaba aquel 17 de enero de 1966 en el puente de mando, llevando el timón del petrolero “Camponegro” de la compañía Campsa, que trasladaba gasolina refinada desde Canarias hasta el puerto de Almería. “Sería al filo de las dos de la tarde -recuerda- y estaríamos apenas a unas cinco millas de la costa, cuando, desde el puente de mando, divisamos dos aviones en el aire, muy cerca el uno del otro, tanto que captó la atención de los que nos hallábamos en ese momento en el puente. De pronto se tocaron y se precipitaron en picado al mar”. “Al momento -continúa- se levantó una gran nube negra, con partículas centelleantes que ascendían, y arriba, desde cielo, vimos caer entonces varios paracaídas, algunos vacíos, pero otros con objetos que no acertamos a precisar si eran tripulantes o las referidas bombas. Al fondo, muy cerca de la costa, un pesquero, y más allá, en tierra, enseguida pudimos ver dos focos en llamas”. “En aquel momento -añade- no imaginábamos el alcance de lo que estaba ocurriendo, ni del hecho del que estábamos siendo testigos desde la atalaya del puente de mando”.

Paracíadas radiactivo
El petrolero Camponegro con una foto de Manuel Besada en aquel 1966
Nuestro protagonista relata como al instante el capitán del buque recibió la orden de auxilio. “El capitán ordenó entonces orillar el barco al objeto que nos quedaba cerca, que era un paracaídas de color naranja. Cuando se completó la maniobra bajamos una escalera de gato por el costado del barco y alguien dijo: ‘que baje el rapaz’, y ese era yo que, con 24 años, era el más joven de la treintena de tripulantes enrolados en el petrolero”. “Y ahí me ves a mí -prosigue- bajando hasta el nivel del agua. Con la ayuda de un bichero logré acercar el paracaídas, y comprobé que no había nada ni nadie sujeto a él. Pedí entonces que me lanzaran un cabo desde cubierta para atarlo con cuidado, que no se rompiera y poder izarlo.” “Recuerdo -continúa- con al sacarlo del mar y en la maniobra de izado se precipitó toda el agua del paracaídas por encima de mi cabeza y me empapó por completo”.
Acto seguido el Camponegro permaneció casi dos horas parado en el mar, esperando autorización para entrar en puerto. “Cuando al final pudimos hacerlo -relata Manuel Besada- vino un grupo de gente a recoger el paracaídas de la cubierta del barco, se lo llevaron en una furgoneta. No supimos más de él, ni teníamos constancia en aquel momento de lo de las bombas nucleares. De eso nos enteramos después algo, por lo poco que entonces se publicó en la prensa, porque el plena dictadura todo aquello quedó silenciado y minimizado”.

Cartilla de navegación y recuerdos del Camponegro de nuestro protagonista
Mientras rememora el accidente Manuel Besada muestra la fotografía que conserva del “Montenegro” y su cartilla de navegación, que atestigua su presencia en el petrolero aquel 17 de enero. “Un año después -agrega- me salieron varias calvas en el pelo a modo de ronchas, no sé si eso tuvo algo que ver con el agua de aquel paracaídas que me cayó por la cabeza o si fue en realidad fue por otra cosa”. “Cierto que hoy me refiere gente de allí que la radiación en Palomares sigue siendo tal que recomiendan no utilizar en las inmediaciones el aire acondicionado de los vehículos porque mete al interior, que es un habitáculo muy pequeño, el aire exterior que aún contiene plutonio”. De hecho, mediciones efectuadas a finales de los 80 constataron que la contaminación residual en la zona se estimaba entre 2.500 y 3.000 veces superior a la de las pruebas atómicas.  

El accidente
Un bombardero B-52 como el accidentado en Palomares
El bombardero B-52 siniestrado transportaba cuatro bombas termonucleares de 1,5 megatones y 800 kilos de peso. Dos quedaron intactas, pero otras dos se rompieron. El balance, siete muertos -los cuatro pilotos del avión cisterna más tres de los siete tripulantes del bombardero- y 226 hectáreas de tierra contaminada como consecuencia de la nube radiactiva que contenía sobre todo plutonio. Sólo el sistema de seguridad de las bombas impidió la reacción en cadena que origina una explosión nuclear y cuyas consecuencias hubieran sido dramáticas. “Tiempo después lo hablábamos en el barco -apunta Manuel Besada-: pudo haber sido una catástrofe y nos habría cogido en primera línea: nos hubiera borrado del mapa de un plumazo”.
De las dos bombas que quedaron intactas, una cayó en el mar. Los norteamericanos desplegaron un dispositivo de 34 buques y 4 minisubmarinos para dar con ella. La localizaron a 80 días después a 869 metros de profundidad. “Crucial resultó el testimonio del pescador del barco que nosotros vimos al fondo aquel día -apunta Manuel Besada- y que les precisó a los yanquis el lugar exacto donde había caído, por lo que aquel pescador fue conocido a partir de entonces como Pepe, el de la bomba”.

Otra instantánea de nuestro protagonista en su casa de Lores
Consejo de un vasco
“Estuve nueve años navegando en petroleros -rememora Besada Sanmartín-, primero en el Campoverde y luego en el Camponegro, donde la mayoría de la tripulación era gallega: había marineros de Raxó, Sanxenxo, Portonovo, Bueu…” “Eran petroleros de cabotaje -añade- que portaban entonces unas 36.000 toneladas, y cuya ruta más habitual era llevar gasolina refinada desde Canarias a la costa de toda la Península. El viaje más largo que hicimos fue para traer keroseno desde la isla de Coraçao en Venezuela hasta España”. “Pero era un trabajo muy duro -agrega- de aquella con sólo 20 días vacaciones al año, por lo que decidí hacer caso al consejo de un veterano marinero vasco que me dijo: ‘tú, que tienes aún buena edad, vete de aquí, que yo me jubilé, y cuando volví a casa no me quería ni mi mujer ni mis hijos, tú aún estas a tiempo”. “Y así lo hice -añade- me vine, con lo que había ganado me compré un camión y me hice fragueiro”.

Volver a Palomares
Cartilla de navegación de
Manuel Besada
Manuel Besada asegura que nunca volvió a Palomares “aunque me ilusiona y, de hecho, pensé varias veces en hacerlo”. A sus 74 años una de sus pasiones es hoy los viajes del IMSERSO. Precisamente en cuestión de unas semanas disfrutará a través de este programa de unas vacaciones en Málaga. “Si tengo ocasión -asegura-, ya que estoy cerca, me gustaría ir a Palomares”. “Por si acaso -añade-, pienso ir provisto de esta cartilla de navegación y, si puedo, visitar algún periódico… quien sabe si en su hemeroteca conservan alguna foto del Montenegro en puerto aquel día con el paracaídas del bombardero”. Y es que 50 años siempre son una buena razón para rememorar la historia.


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