sábado, 24 de diciembre de 2016

POSTAL DE NADAL

Nestas datas tan de todos abrimos o noso particular Ventanuco para desexar a tódolos lectores, tanto aos que nos seguides de aquí preto como aos que estades lonxe -dun xeito especial, aos que aos que o facedes do outro lado do Atlántico- un bo Nadal e un mellor Aninovo. Que disfrutedes destas festas, sempre entrañables, con estusiamo e ese chisco de prudencia tan precisa nuns días de tanto movemento porque, o importante, e voltar a repetilas en 2017, ou non?. Que os Magos veñan cargados desas cousas verdadeiramente importantes que tanto faltan nas nosas vida en pro dunha sociedade más nobre, xusta e sá... E que Meaño sega sendo a excusa perfecta para atoparnos aquí cada fin de semana ao calor dunha historia.


E, tratándose de Meaño, onde a música se respira a cada paso, que mellor que felicitarche esta festas cunha panxoliña de Nadal interpretrada polo Coro da EMMM no concerto de Nadal celebrado o pasado18 de decembro, e coa que ti tamén poder felicitar aos teus. Pera vela ou reenviala pincha no seguinte enlace:
Dirixe: Marina Penas

sábado, 17 de diciembre de 2016

conversas.com 
Julio Ouviña Otero
Cocinero ganador del “II Concurso De Tapas por Meaño” 

Tapa ganadora del concurso meañés
El “II Concurso de Tapas por Meaño”, promovido por este concello, se saldó con un rotundo éxito de ventas, por cuanto entre los ocho establecimientos participantes se vendieron 2.900 tapas en los 10 días que duró el evento, lo que ha supuesto un impacto estimado directo del entorno de los 12.000 euros. Al final fue el restaurante Quinta de San Amaro (Meaño), con su jefe de cocina, el grovense Julio Ouviña al frente -copropietario des establecimiento junto con Nacho Crespo-, el galardonado con el primer con el primer premio, galardón por partida doble, por cuanto el jurado de expertos le otorgó la “tapa de oro” a su “guacamango de langostinos”, lo mismo que el fallo de la votación del público participante. La “tapa de plata” fue para las “carrilleiras” de O Fiolato (Dena) y la de bronce para el “canelón de lacón con grelos e queixo de Arzúa” del Capittoné (Dena).

“NUESTRO GUACAMANGO DE LANGOSTINOS ES UN CEVICHE PARA GALLEGOS”

El jefe de cocina  Julio Ouviña. Foto Iñaki Abella
Supongo que el premio es una satisfacción más para la Quinta de San Amaro
En el plano personal, y como hosteleros que somos, claro que sí, pero la mayor satisfacción ha sido el éxito del concurso para todos los establecimientos que participaron. Fue tal la afluencia que se desbordaron todas las previsiones, en el pleno gastronómico Meaño se convirtió en centro de atención durante diez días y recibió la visita de miles de personas de la toda la comarca ávidas de conocer los locales y degustar las tapas.
¿Vendieron mucho que el pasado año?
Sí, y no sólo nosotros, creo que todos vendimos más, y de largo. En nuestro caso fueron 400 tapas, por las 249 del pasado año. Calculamos que unas 600 personas se pasaron a lo largo de estos días por la Quinta para degustar las tapas: gente no sólo de Meaño, sino de O Grove, Cambados, Vilagarcía... Pero tan importante como el número fue el tipo de público: al mediodía venían más familias, pero por la noche era gente joven, mucha de ella en grupos, gente que quizás de otra forma no acudiría a nuestro establecimiento y que ahora, gracias al concurso, lo conocen y tienen una referencia de primera mano.
¿Cómo describiría al lector su “guacamango de langostinos”?
Lo definiría como un ceviche para gallegos.
¿Un ceviche?
Sí, el ceviche en un plato peruano que se elabora con pescado marinado en lima, aguacate y frutas de la zona. En nuestro caso, lo elaboramos con langostinos, pero no nos atrevimos con el marinado porque pensamos que, el no estar acostumbrados al sabor, podía echar a la gente un tanto para atrás. Fue por ello que decidimos elaborar los langostinos al vapor, para que de esta forma se asemejaran lo más posible a su sabor natural. Luego completamos la tapa con aguacate y mango, de ahí que la bautizáramos como “guacamango”, más cebolla roja, canónigos, tomate y una gota de tabasco, y se servía así, como tapa fría.

Nacho Crespo y Julio Ouviña, propietarios de la Quinta de San Amaro
Triunfó una tapa fría, en invierno y estando en Galicia… parece un contrasentido.
Sí, y cautivó tanto público como al jurado de expertos. Yo creo que en gran medida también ayudó el buen tiempo de estos días, por cuanto la gente pudo degustarla en terraza, con sol y a una temperatura de 22 grados con que contamos toda la semana… no parecía invierno. De hecho reconozco que, en principio, yo preveía que el cliente se decantaría más por la otra tapa que presentábamos a concurso, el “huevo escalfado sobre shitake foi de pato”, y que se servía caliente. Pero al final, lo que son las cosas, enganchó más el “guacamango”.
¿Concibió la tapa con mucho tiempo de antelación y apuró los últimos días?
La concebí unos días antes, cuando nos dijeron desde el concello que se iba a organizar el concurso. En principio creamos unas ocho tapas, unas con producto de tierra y otras de mar. Luego, entre todo el personal que trabaja tanto en cocina como en la Quinta, fuimos probando unas y otras, opinando, descartando… y nos acabamos decantando por estas dos. Dejamos incluso de lado algunas que, bajo mi punto de vista, tenían una estética fantástica, pero había que decidirse.
La incursión de su restaurante en el mundo del tapeo supongo que es coyuntural para con este concurso, pero ¿se plantea incorporar esta tapa como plato en la carta?
Cierto que las tapas no son lo nuestro, pero nos sentimos moralmente obligados con Meaño a participar a fin de promocionar este municipio del que son sentimos parte de lleno. En cuanto a lo segundo es algo que precisamente estábamos hablando Nacho y yo hace un momento: tal fue la acogida que tuvo que sí vamos a barajar incorporarla como ensalada de cara al verano: es un plato fresco, sorprendente, pleno de matices y que puede gustar.
¿Cuál es el secreto a la hora de crear una buena tapa?
Bajo mi punto de vista es echarle imaginación, atreverse, salirse un poco de lo de todos los días.


¿Y la mejor hora para degustarla?
Imagen del salón restaurante. Foto: Polo Ventanuco
Para mí, mejor al mediodía, siempre en grupo y buena compañía.
Volviendo al concurso. Un evento así, con tapas a 2 euros ¿es rentable para el restaurador?
El restaurador no puede plantearse un concurso de este tipo bajo un criterio económico, porque no va a suponerle negocio alguno. Pero el concurso sí es un escaparate, una ocasión espléndida para la promoción, para darte a conocer, para que visite tu local gente que, a lo mejor, de otra forma, no lo haría y que, si lo conocen, ya tienen una referencia y quizás otro día vuelvan o lo recomienden a alguien. Y otro aspecto importante: estos concursos unen mucho a los hosteleros, contribuyen a hacer grupo y a dinamizar la zona, y eso es muy bueno para todos.
¿Piensa que ha podido resultar beneficioso que el número de establecimientos haya bajado de los 13 del pasado año a 8, para que de esta forma la gente se animara más a completar la ruta y degustar todas las tapas?
Es cierto que este año ha habido auténticos “ruteros del tapeo”, grupos enteros, familias que acudían con su hoja para degustar y puntuar las tapas, sellar el documento y participar en la votación del premio del público y en los sorteos. Pero no es menos cierto que la presencia de más establecimientos no supone hándicap alguno: en Pontevedra o Santiago tienen participado 60 u 80 locales… Lo que hay que hacer en esos casos es que el concurso dure más días. Además el ser más locales te permitiría ofrecer premios más suculentos en los sorteos, como fue en algunos de esos sitios un viaje a Cancún, que era un auténtico gancho.
A usted, que ha degustado las tapas de todos los establecimientos participantes, ¿le ha sorprendido alguna en especial?
Puedo decir, en honor a la verdad, que ha habido un excelente nivel, y que algunas sí me sorprendieron de forma muy positiva.
Hablando de sorpresas, ¿algún proyecto nuevo desde la Quinta para el cliente en las próximas semanas?
Siempre estamos barajando cosas nuevas, sobre todo ahora que vienen fechas señaladas como Navidad o San Valentín, muy propicias para sorprender al cliente, y en ello estamos. Y también trabajando con los talleres de cocina, que seguimos haciendo para grupos. Algunos incluso se han convertido en auténticos fans como es el caso de un grupo de australianas que cada dos años, desde hace seis, vienen a realizar el camino de Santiago y lo acaban siempre por tradición disfrutando de nuestro establecimiento. Nos consta además que son auténticas seguidoras, a través de las redes sociales, de todo cuanto hacemos aquí a lo largo del año.


sábado, 10 de diciembre de 2016


Hace ahora 50 años se produjo el incidente nuclear de Palomares (Almería), el accidente más grave registrado en España. En él dos aviones norteamericanos, un bombardero B-52 y aeronave nodriza que lo abastecía, colisionaron el pleno vuelo, desintegrándose y cayendo entre el mar y la costa almeriense a la altura de la playa de Palomares. Las cuatro bombas termonucleares que transportaba el primero se precipitaron. Dos de ellas rompieron originando una nube radiactiva que contaminó 226 hectáreas de tierra. Aunque Manuel Fraga y el embajador norteamericano, con su famoso baño, quisieron trasladar un mensaje de normalidad, lo cierto es que Palomares sigue siendo 50 años después la localidad más radiactiva de España y el acceso a una amplia zona continúa hoy prohibido. A sus 74 años el vecino de Lores, Manuel Besada Sanmartín, marinero entonces y testigo de excepción de los hechos, rememora 50 años más tarde aquel accidente. Él mismo recogió con sus manos del mar unos de los paracaídas del fatídico bombardero.

MANUEL BESADA, EL MEAÑÉS QUE VIVIÓ EN PRIMERA LINEA EL ACCIDENTE NUCLEAR DE PALOMARES

Manuel Besada nos relata el accidene de Palomares
Manuel Besada Sanmartín se hallaba aquel 17 de enero de 1966 en el puente de mando, llevando el timón del petrolero “Camponegro” de la compañía Campsa, que trasladaba gasolina refinada desde Canarias hasta el puerto de Almería. “Sería al filo de las dos de la tarde -recuerda- y estaríamos apenas a unas cinco millas de la costa, cuando, desde el puente de mando, divisamos dos aviones en el aire, muy cerca el uno del otro, tanto que captó la atención de los que nos hallábamos en ese momento en el puente. De pronto se tocaron y se precipitaron en picado al mar”. “Al momento -continúa- se levantó una gran nube negra, con partículas centelleantes que ascendían, y arriba, desde cielo, vimos caer entonces varios paracaídas, algunos vacíos, pero otros con objetos que no acertamos a precisar si eran tripulantes o las referidas bombas. Al fondo, muy cerca de la costa, un pesquero, y más allá, en tierra, enseguida pudimos ver dos focos en llamas”. “En aquel momento -añade- no imaginábamos el alcance de lo que estaba ocurriendo, ni del hecho del que estábamos siendo testigos desde la atalaya del puente de mando”.

Paracíadas radiactivo
El petrolero Camponegro con una foto de Manuel Besada en aquel 1966
Nuestro protagonista relata como al instante el capitán del buque recibió la orden de auxilio. “El capitán ordenó entonces orillar el barco al objeto que nos quedaba cerca, que era un paracaídas de color naranja. Cuando se completó la maniobra bajamos una escalera de gato por el costado del barco y alguien dijo: ‘que baje el rapaz’, y ese era yo que, con 24 años, era el más joven de la treintena de tripulantes enrolados en el petrolero”. “Y ahí me ves a mí -prosigue- bajando hasta el nivel del agua. Con la ayuda de un bichero logré acercar el paracaídas, y comprobé que no había nada ni nadie sujeto a él. Pedí entonces que me lanzaran un cabo desde cubierta para atarlo con cuidado, que no se rompiera y poder izarlo.” “Recuerdo -continúa- con al sacarlo del mar y en la maniobra de izado se precipitó toda el agua del paracaídas por encima de mi cabeza y me empapó por completo”.
Acto seguido el Camponegro permaneció casi dos horas parado en el mar, esperando autorización para entrar en puerto. “Cuando al final pudimos hacerlo -relata Manuel Besada- vino un grupo de gente a recoger el paracaídas de la cubierta del barco, se lo llevaron en una furgoneta. No supimos más de él, ni teníamos constancia en aquel momento de lo de las bombas nucleares. De eso nos enteramos después algo, por lo poco que entonces se publicó en la prensa, porque el plena dictadura todo aquello quedó silenciado y minimizado”.

Cartilla de navegación y recuerdos del Camponegro de nuestro protagonista
Mientras rememora el accidente Manuel Besada muestra la fotografía que conserva del “Montenegro” y su cartilla de navegación, que atestigua su presencia en el petrolero aquel 17 de enero. “Un año después -agrega- me salieron varias calvas en el pelo a modo de ronchas, no sé si eso tuvo algo que ver con el agua de aquel paracaídas que me cayó por la cabeza o si fue en realidad fue por otra cosa”. “Cierto que hoy me refiere gente de allí que la radiación en Palomares sigue siendo tal que recomiendan no utilizar en las inmediaciones el aire acondicionado de los vehículos porque mete al interior, que es un habitáculo muy pequeño, el aire exterior que aún contiene plutonio”. De hecho, mediciones efectuadas a finales de los 80 constataron que la contaminación residual en la zona se estimaba entre 2.500 y 3.000 veces superior a la de las pruebas atómicas.  

El accidente
Un bombardero B-52 como el accidentado en Palomares
El bombardero B-52 siniestrado transportaba cuatro bombas termonucleares de 1,5 megatones y 800 kilos de peso. Dos quedaron intactas, pero otras dos se rompieron. El balance, siete muertos -los cuatro pilotos del avión cisterna más tres de los siete tripulantes del bombardero- y 226 hectáreas de tierra contaminada como consecuencia de la nube radiactiva que contenía sobre todo plutonio. Sólo el sistema de seguridad de las bombas impidió la reacción en cadena que origina una explosión nuclear y cuyas consecuencias hubieran sido dramáticas. “Tiempo después lo hablábamos en el barco -apunta Manuel Besada-: pudo haber sido una catástrofe y nos habría cogido en primera línea: nos hubiera borrado del mapa de un plumazo”.
De las dos bombas que quedaron intactas, una cayó en el mar. Los norteamericanos desplegaron un dispositivo de 34 buques y 4 minisubmarinos para dar con ella. La localizaron a 80 días después a 869 metros de profundidad. “Crucial resultó el testimonio del pescador del barco que nosotros vimos al fondo aquel día -apunta Manuel Besada- y que les precisó a los yanquis el lugar exacto donde había caído, por lo que aquel pescador fue conocido a partir de entonces como Pepe, el de la bomba”.

Otra instantánea de nuestro protagonista en su casa de Lores
Consejo de un vasco
“Estuve nueve años navegando en petroleros -rememora Besada Sanmartín-, primero en el Campoverde y luego en el Camponegro, donde la mayoría de la tripulación era gallega: había marineros de Raxó, Sanxenxo, Portonovo, Bueu…” “Eran petroleros de cabotaje -añade- que portaban entonces unas 36.000 toneladas, y cuya ruta más habitual era llevar gasolina refinada desde Canarias a la costa de toda la Península. El viaje más largo que hicimos fue para traer keroseno desde la isla de Coraçao en Venezuela hasta España”. “Pero era un trabajo muy duro -agrega- de aquella con sólo 20 días vacaciones al año, por lo que decidí hacer caso al consejo de un veterano marinero vasco que me dijo: ‘tú, que tienes aún buena edad, vete de aquí, que yo me jubilé, y cuando volví a casa no me quería ni mi mujer ni mis hijos, tú aún estas a tiempo”. “Y así lo hice -añade- me vine, con lo que había ganado me compré un camión y me hice fragueiro”.

Volver a Palomares
Cartilla de navegación de
Manuel Besada
Manuel Besada asegura que nunca volvió a Palomares “aunque me ilusiona y, de hecho, pensé varias veces en hacerlo”. A sus 74 años una de sus pasiones es hoy los viajes del IMSERSO. Precisamente en cuestión de unas semanas disfrutará a través de este programa de unas vacaciones en Málaga. “Si tengo ocasión -asegura-, ya que estoy cerca, me gustaría ir a Palomares”. “Por si acaso -añade-, pienso ir provisto de esta cartilla de navegación y, si puedo, visitar algún periódico… quien sabe si en su hemeroteca conservan alguna foto del Montenegro en puerto aquel día con el paracaídas del bombardero”. Y es que 50 años siempre son una buena razón para rememorar la historia.